Cierta edad

La palabra cierto/a  no siempre reafirma la certeza, aunque a veces se aproxima bastante. Cuando nos vamos haciendo mayores, lo edulcoramos con expresiones como: ´Los que ya tenemos cierta edad´. Y es verdad que va siendo mucho menos incierta que la de los jóvenes. De hecho, cuando pasamos largo tiempo sin ver a un amigo, o asimilado, casi siempre nos viene a la mente: ´¿Le habrá pasado algo?´. Y cuando vemos a otros coetáneos, si nos fijamos en sus rostros, o reparamos en su forma de andar, nos entran dudas sobre nuestro propio aspecto, o sobre nuestra manera de caminar. Es entonces cuando decidimos ir a nuestra librería para encargar el De senectute de Cicerón, para ver si este ha sabido encontrarle cierto atractivo a esta edad, que a nosotros se nos hubiera pasado inadvertido. Pudiera suceder que el libro ya esté en casa, pero ¿quién sabe dónde? ¡Ay, la memoria!

Así es el paso del tiempo. Afirmaba el dicho latino: “tempora mutantur et nos mutamos in illis” (los tiempos cambian y nosotros en ellos). Aunque quizás no sea del todo correcto este pensamiento. El tiempo no cambia, porque no es nada en sí mismo, se reduce a una comparación de movimiento entre dos o más cosas, en relación con otra que, en ese momento, se considera fija (relativamente). Cambian los seres, cambian los entes, cambian las personas. Y cambian tanto que hasta dejan de ser, al menos como eran.

Pero, ¿qué es el tiempo? Quizás habría que cuestionarlo con la pregunta de aquel pastor de Teba (Antequera, Málaga, Andalucía, España); ´¿Ezo  qué é lo que é?´. Y le responde el compañero: ´Lo que é, é´. Pero claro, se trata de un arte sublime para eludir la cuestión, imitando inconscientemente a Parménides.

Y ahora, muy a pesar suyo, aparece el gafe. Está Fulgencio, pegado a la barra del bar, con el periódico entre las dos manos, levanta la mirada y dice:

– Últimamente leo solamente las esquelas.

– Para qué -le pregunta el camarero.

– Para comprobar que no estoy en ellas.

Lo malo es que, unos días después, un conocido de barra, le comenta al camarero:

– Mira, hombre, quién está aquí.

– Quién.- El Fulgencio. Siempre miraba las esquelas. Y para un día que no viene al bar, aparece en ellas.

– ¿Qué faena! -lamenta el barman.

Carpe diem. Quam mínimum crédula póstero. Hazle caso a Quintus Horacius Flacus (Horacio). Disfruta del día, y, en cosas de disfrute, fía lo mínimo al después.

 

Del libro ´SABOR Y SABER. Conversaciones sobre el mantel´, de Juan Verde Asorey, Víctor Manuel Casco Ruiz y Valentín Domínguez Cerrillo. Ilustraciones de Manuel Malillos Rodríguez.

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