En la tradición cristiana la palabra latina ´caro, carnis´ (carne, de la carne) significa lo opuesto al espíritu (carnal = vicioso), pero también significa ´hombre´, cuando ´palabra´ significa Dios (el Verbo se hizo Carne). Por su parte, la palabra ´carnaval´proviene del verbo latino ´levo´ (levantar, desviar, parar, retirar), y el sustantivo ´carnis´(de la carne). El cuadro de Malillos no puede ser más claro. Ha llegado la Cuaresma, y está prohibido comer carne, por tanto, hay que llevarla a la despensa hasta que pueda ser dispensada, de nuevo, cuando termine la prohibición. Por influencia del vulgarizado latín eclesiástico, también fue nombrado el Carnaval con la expresión ´carnestolendas´ al entrar en juego el verbo latino ´tollo´ (quitar, retirar).
Con la Cuaresma se volatiliza lo carnal hacia lo espiritual, la virtud sustituye las bajas tendencias. Así se pretende imitar la forma de vida de los cuarenta días que Cristo pasó en el desierto sin probar bocado. Al verlo tan débil el Diablo consideró que era el momento de someterlo a la tentación del delirio de grandeza (milagro contra el hambre, prodigio contra la ley de la gravedad y dominio sobre todos los reinos del mundo). Pero Él se resistió sin ninguna dificultad (claro que, en su caso, no tenía mucho mérito considerando que era Dios y conocía al Diablo como si lo hubiera ´parido´).
Por tanto, carnaval quiere decir que se deje de comer carne, y al mismo tiempo, prescindir de los placeres de la carne, identificados ahora con los de la sexualidad, la eterna ´obsexión´ de los moralistas cristianos. Se trata de una palabra generada por los prohibidores de la diversión, los que exigían el cumplimiento de sus normas, imponían ´sus´ valores y creencias para recibir servicios gratuitos e incluso agradecidos.
La celebración del Carnaval tiene su origen probable en fiestas romanas, como las báquicas, las saturnales o las lupercales, o las celebradas en honor de Apis en Egipto.
En Europa renacieron precisamente en la Edad Media, cuando la miseria ayudaba a sobrevalorar los ayunos, abstinencias y cuaresmas. A pesar de que aumentaron las persecuciones a quienes no respetaban las normas religiosas, el carnaval permaneció, y la tradición continuó hasta la actualidad en muchos lugares del mundo. Se celebraban con mucha comida y mucha bebida, como si se pudiera almacenar gran reserva alimenticia en la ´panza´ ante las inevitables privaciones subsiguientes, con el objeto de afrontar la abstinencia con el cuerpo bien pertrechado. En España, durante el reinado de los Reyes Católicos, era costumbre disfrazarse en determinados días con el fin de gastar bromas en los lugares públicos. Más tarde, en 1523, Carlos I dictó una ley prohibiendo las máscaras y enmascarados. Del mismo modo, Felipe II también continuó y perfeccionó tal prohibición. Fue Felipe IV, quien restauró el esplendor de las máscaras, que, por cierto, volvieron a desaparecer en tiempo de la Dictadura franquista, para evitar cobertura a las venganzas violentas.
Hasta hace no demasiado tiempo, mucha gente veía acrecentado el problema de combatir el hambre, porque, con frecuencia, sólo disponían de los animales que cazaban, además de algún cerdo casero. La dificultad alcanzaba incluso a los más acomodados, por eso consiguieron que el Papa accediera a venderles la Bula, y eximirles así de la obligación de no comer carne. El pontífice entendió que era una buena idea porque así recaudaba ´algo´más y él mismo podía disfrutar gratuitamente de su dispensa. Para la desigual forma en que afectaba la prohibición a la población, ya Voltaire dio una explicación muy convincente:”Mientras el rico se gana el cielo comiendo un besugo fresco en Viernes Santo, el pobre se va al infierno por ingerir un trozo de tocino rancio”.
En la actualidad, los carnavales se han ido convirtiendo en cultura (sin entrar en matices conceptuales). En Venecia, por ejemplo, el carnaval se ha vuelto sutil, teatrero, artístico. En Brasil, más musical, danzarín, excesivo. En Cádiz o Badajoz, sobresale lo musical (murgas) orientado a la crítica socio-política…
Por todo lo dicho es claro que carnaval significa el aviso del final de la fiesta. Considerando el largo tiempo de prohibiciones que iba a venir, algunos pensaban que era razonable dar rienda suelta a los excesos, ya que la penitencia estaba asegurada.
Como ya queda dicho, después del Medievo fue disminuyendo el rigor cuaresmal, gracias a las bulas, al relativo relajo de la Inquisición, a las indulgencias y a la facilidad de alcanzar el perdón mediante la confesión. También el carnaval fue mejorando al enriquecerse con ciertas manifestaciones artísticas, como la danza, el teatro, la música y la crítica social (murgas). Realmente, en la actualidad, se ha ido perdiendo en nuestras latitudes el acoso moral de la Cuaresma, resaltándose en mayor grado y perfeccionismo la faceta trágica y folclórica a través de las procesiones de Semana Santa, donde se manifiesta la máxima expresión del dolor a través del sonido elemental de los pasos, los sencillos pero iterativos y lastimeros sonidos musicales y la rotura del silencio cuando suena una saeta.
Pero el carnaval ya no es tan malo. Tampoco es necesario hacer tanta penitencia. El concepto de pecado se ha ido diluyendo lentamente. Se trata de una muestra más de cómo todo cambia (Heráclito), incluido el mismo Dios, ya que se ha vuelto mucho más comprensivo y mucho menos exigente que en tiempos remotos.
La palabra ´carne´ proviene de la raíz indoeuropea ´sker-´ (cortar), de donde deriva la latina ´caro´ (pedazo cortado). O sea, que este nombre se construyó a partir de lo que se hace con ella, y no de lo que es (esencia). Por su parte, el adjetivo ´crudo´, muy asociado a la carne sin cocinar, significa ´sangrante´ (de ´cruor´, sangrar).
Las luchas entre Don Carnal y Doña Cuaresma son expresión de la metáfora moralista del enfrentamiento entre deber y placer, entre virtud y vicio, entre orden y anarquía, entre el ansia de dominio y la de libertad. Como aparece en el cuadro (1559) de Brueghel el Viejo, Combate entre don Carnaval y doña Cuaresma, al contraponer la Posada a la Iglesia. O la Batalla entre don Carnal y doña Cuaresma, del Arcipreste de Hita (1330).
Del libro ´La Palabra y su Imagen. 101 palabras con historia´ , de Juan Verde Asorey y Manuel Malillos Rodríguez.