Fábula de la Modelo Juiciosa

Nació Renzo en la Florencia de los Médici  y, desde muy pequeño dibujaba de manera precoz y con gran gusto, todo aquello que atraía su atención. Le bastaban una cuartilla y un carboncillo para trazar siluetas o plasmar en retratos la expresión exacta de quien ocasionalmente se prestaba a ser su modelo.

Pronto sus padres comprendieron que la inclinación y la habilidad de su hijo, era excepcional, y decidieron enviarle a las academias de los más prestigiosos maestros de la pintura de la época. El muchacho, llevado de su afición, puso tanto interés que, al cabo de unos años, en plena juventud, era ya un artista muy reputado que se ganaba la vida retratando a quien tenía el poder adquisitivo suficiente para permitirse este capricho. A su taller acudían artistas, próceres de la política y de la banca, nuevos ricos, miembros de la realeza y todo abad u obispo que se viera obligado por su rango a que su retrato se añadiera a la larga lista de sus predecesores.

Un día solicitó sus servicios un riquísimo comerciante, para que inmortalizara en un lienzo el retrato de su joven hija. La muchacha, sin ser excesivamente hermosa, poseía un rostro agraciado y era muy sensata y juiciosa. En los días en que posó para Renzo, le cautivó con su conversación, pues demostraba tener, pese a su juventud, una madurez impropia de su edad, y lo que era más importante: transparentaba un alma noble y una gran pureza de intención. Auxiliadora de pobres y visitadora de enfermos, la dulzura de su voz encantaba al pintor, que dilataba cuanto podía la frecuencia de sus pinceladas para poder disfrutar el mayor tiempo posible de aquel fascinante coloquio con su modelo, mientras notaba que, día a día, iba ganando su corazón.

Cuando ya no le fue posible prolongar por más tiempo los encuentros, mostró a la joven el retrato, quedando ésta sorprendida porque, según sus propias palabras: “La mujer del cuadro supera con creces en hermosura a la que me mira cada mañana en el espejo”. A lo que Renzo respondió: “Intento captar no sólo el cuerpo, sino el alma de quien retrato. Así veo yo a la mujer del cuadro que me ha enamorado”.

Cuentan las crónicas que el comerciante, sumamente satisfecho con el trabajo del pintor, no tuvo inconveniente en otorgarle la mano de su hija.

Moraleja: La verdadera hermosura de las personas, radica en su interior.

Del libro ´Fábulas carolingias´, de Carlos Malillos Rodríguez.

Ilustraciones de Manuel Malillos Rodríguez.

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